A 10 años de la muerte de Alfredo Alcón, el gran actor argentino que se reinventó hasta el último de sus días
La instantánea del año 2014 que Graciela Borges volvió a traer a la luz la muestra junto a Alfredo Alcón sonrientes, abrazados. Un amor que surcó por todas las aguas, y que la primera actriz destacó en las últimas horas: “Última función de Alfredo Alcón, nunca olvidaré esa noche, su enorme talento y su profunda ternura. No puedo dejar de extrañarlo nunca. Risas, poemas, comidas compartidas, trabajos apoyándonos en el cansancio, el esfuerzo y también la alegría, las enfermedades, la soledad que nunca se conoce. En fin, la vida”.
Nacido un 3 de marzo de 1930 en Ciudadela, provincia de Buenos Aires, bajo el nombre de Alfredo Félix Alcón Riesco, a los 3 años sufrió la muerte de su padre. Fue criado por su madre y abuelos y gravitó hacia la actuación desde muy joven, cuando tomó una decisión crucial: abandonó su formación secundaria en un colegio industrial para dedicarse por completo a su pasión e inscribirse en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático.
Esta temprana inclinación le abrió las puertas a un sinfín de oportunidades que marcaron su destino como uno de los actores más respetados y queridos en el ámbito cultural argentino. Su talento le permitió abordar una vasta variedad de roles que demostraron su versatilidad y profundidad interpretativa, ganándose el cariño y la admiración del público y la crítica.
Tras un debut en Radio Nacional, llegó el tiempo de la pantalla grande allá por 1955, cuando formó parte de El amor nunca muere, junto a Mirtha Legrand y Tita Merello, bajo la dirección de Luis César Amadori. Así comenzó una carrera en la que construyó puentes entre generaciones de artistas y se destacó por su participación en obras significativas, tanto en la Argentina como en España.
Formó una recordada dupla con el director Leopoldo Torres Nilson, destacándose en obras emblemáticas como Un guapo del 900, Martín Fierro, El santo de la espada, La Maffia y Boquitas pintadas. Asimismo, su talento fue clave en Nazareno Cruz y el lobo, dirigida por Leonardo Favio, y en proyectos conjuntos con España tales como Los inocentes y Últimas imágenes del naufragio. La versatilidad de su carrera se vio reflejada también al conmover al público bajo la dirección de Juan José Campanella en El hijo de la novia y, sorpresivamente, al aceptar un papel desafiante en la película Cohen vs Rosi por propuesta de Adrián Suar, donde interpretó a una travesti, decisión que destaca la osadía y el compromiso del actor con el arte de la actuación, así como su interés en explorar todas las facetas de la condición humana a través del cine.
A su más de medio centenar de apariciones en la pantalla grande se le sumaron sus excelentes trabajos en teatro. Y, como todo actor de raza, allí, sobre las tablas, era dónde Alcón encontraba la esencia de su vocación. Protagonizó obras como Rey Lear y Hamlet, de William Shakespeare, Los caminos de Federico y Yerma, de Federico García Lorca, Las Brujas de Salem y La muerte de un viajante, de Arthur Miller, Escenas de la vida conyugal, de Ingmar Bergman, y Orfeo desciende, de Tennessee Williams, entre muchas otras.
Aunque su paso por la televisión fue menos frecuente, sorprendió en la última etapa de su carrera con participaciones en series de Polka, como Por el nombre de Dios, Vulnerables, Locas de amor y Herederos de una venganza. Estas actuaciones demostraron su capacidad para adaptarse a distintos géneros y formatos, reafirmando su versatilidad como actor y su entrega a la profesión hasta los últimos días.
“Jamás volví a encontrar alguien así de excepcional e íntegro. Alguien al que no le daba importancia a la fama, que jamás alardeaba de lo que ganaba y era amigo de todo el mundo”, expresaría Mirtha Legrand. Y el concepto que ella tenía del intérprete era el mismo que tenían todos los que lo conocieron, desde las figuras más consagradas hasta los actores más jóvenes.
Pero si hubo alguien qué conoció y amo a Alfredo Alcón como nadie, esa fue Norma Aleandro, dos figuras icónicas del teatro y cine nacional cuya unión trascendió el ámbito profesional para convertirse en una historia de amor juvenil y una amistad perdurable. Se encontraron por primera vez en las emisoras de la Radio del Estado, marcando el inicio de una conexión especial cuando él tenía 20 años y ella, 14. Este vínculo se fortaleció con el tiempo, evolucionando desde un romance hasta una profunda amistad que se mantuvo sólida hasta el último día de Alcón.
Aleandro consideró a Alcón su “primer novio”, un hecho que ella misma reveló en varias entrevistas. Aunque su relación amorosa culminó en los comienzos de la década del ‘60 debido a la partida del actor a España para continuar con su carrera, su complicidad y respeto mutuo no hicieron más que crecer. Esto se reflejó no solo en la esfera personal, sino también en el ámbito laboral, donde continuaron colaborando exitosamente, demostrando la capacidad de transformar su vínculo en una poderosa dupla creativa.
La madrugada del 11 de abril de 2014, Alfredo falleció en su casa a los 84 años, según confirmó su amigo personal Jorge Vitti. El prestigioso intérprete estaba recuperándose de una importante operación a la que había sido sometido hacía cuatro meses en el sanatorio La Trinidad, tras padecer cáncer de colon. El mundo del espectáculo y el público lo lloraron con tristeza. Hoy lo recuerdan con admiración. Y el paso del tiempo solo agiganta su leyenda.