Justina Bustos: “Estaba volviéndome loca; en un momento creí que era un sueño”
Justina Bustos logró transformar con valentía y arte, la angustia, la soledad y varios momentos de incertidumbre en una producción documental. Fue a principios del año 2020, cuando la vida le cambió para siempre cuando quedó varada y con coronavirus en la Isla Mauricio en África Oriental. Una voz le susurraba en su cabeza “todo es real, no es un sueño”. Esas palabras le retumbaban una y otra vez a cada instante. Cada día que transcurría se iban complicando las cosas, le faltaba agua, comida, no aparecían los médicos.
La realidad la golpeó fuerte, nada fue fantasía y los personajes que aparecieron cerca de la actriz, eran reales, de carne y hueso, con nombre y apellido. Su experiencia quedó plasmada en Sola en el paraíso, su ópera prima que codirigió junto a Victoria Comune, un documental que acaba de estrenar en el Bafici. En una charla con Teleshow desentraña lo que vivió y cómo pudo convertir todo en una primera película protagonizada y dirigida por ella misma.
—¿Nunca pensaste que te iba a pasar algo así en tu vida?
—La verdad nunca lo imaginé, si venía alguien y me decía que me iba a quedar encerrada en el medio del Océano Índico, en una isla paradisíaca, pero en un hospital rodeada de soledad, hasta que llegaron tres mujeres de la India, nunca lo hubiera imaginado ni para hacer un guión de una serie o película. Cada vez que lo cuento y ahora que lo pude trasladar a un documental, todo lo que viví me parece surrealista.
—¿Todo comenzó con un llamado?
—Claro. Me presenté a un casting para filmar una película Amor de Madre, un día estaba en casa, y recibo un llamado de la producción para decirme que había quedado seleccionada. En un primer momento no pude participar en la filmación porque quedé encerrada, no podía salir del hospital porque había dado positivo de COVID-19. Así comenzó la historia del documental. Fueron 33 días viviendo encerrada en un hospital en África. Con frecuencia me testeaban y daba positivo. Por un tema de anticuerpos que sí tenía, sabían que no era contagiosa, pero lamentablemente hasta que mi test no diera negativo, no me iban a dejaban salir.
—Tu mejor amigo fue el celular.
—Empecé a escribir lo que me estaba pasando todos los días. Siempre escribo en cuadernos, pero me costaba concentrarme, se me dificultaba la escritura y empecé a filmar todo con el celular. Lo hacía para tener un registro de lo que estaba viviendo, pero también sentía que en medio de las salas había algo atractivo, desde la luz que entraba por la ventana, compañeras que empezaron a llegar. Al principio fue un entretenimiento.
—¿Hoy a la distancia, qué fue lo que más sufriste?
—El covid no fue tan grave para mí, la verdad lo más duro fue la pelea contra el encierro. Lo más difícil fue controlar mi mente porque cada día que pasaba todo se ponía más espeso. No quería volverme loca. Como no me dejaban salir, no podía sentir el sol, yo podía sacar la mano por la ventana que se abría a tan solo 30 grados, y los rayos de luz no se reflejaban en mi cara. Fue un desafío, una batalla que estaba dando fuerte contra mis propios pensamientos, lo podría definir como una pesadilla interna.
—Claro, querías salir… ¿Cómo fue?
—Mi único objetivo era irme de ese lugar, entonces tenía que planear, tener la cabeza muy limpia y fría. Por las noches me acostaba y dormía en el mismo lugar, una camilla incómoda. Me dolía todo el cuerpo. Cada noche se ponía más oscura. Me acuerdo que cuando se fueron las otras chicas con las que compartí varios de los días, y me quedé sola fue el peor momento, porque ahí ya sentía que el barco se hundía y yo la única que lo habitaba. Hubo varios amagues. Eso fue fatal, porque me decían “te sacamos, no te sacamos” y daban vueltas. Hasta que en un momento les rogué. “No vengan más hasta que me dejen salir de verdad, porque esto me está haciendo muy mal”.
Justina, con la voz entrecortada por la emoción, vuelve a sentir en su cuerpo esos momentos.
—¿Qué fue lo primero que hiciste?
—Me tuve que quedar un día más allí, pero ya en el hotel. Después fui a la casa de mi mejor amiga, Cala Zabaleta, que estaba en Madrid. No había caído tan en cuenta de todo lo que me había sucedido. Entonces mi intención fue seguir con mi vida como si nada, pero mi cuerpo y mi alma no me respondían. Me costó mucho darme cuenta de lo que me había sucedido. Hubo muchos cambios en mi cuerpo, mi ciclo menstrual cambió, mi deseo sexual se fue modificando.
—¿Qué aprendiste de todo lo que te pasó?
—En realidad, es difícil poder decir algo exacto. Mi empatía cambió para bien. Soy más empática con el resto la gente y conmigo misma. El documental en sí me enseñó muchísimo porque estuve en el proceso más de tres años. Soy más paciente y aprendí a respetar los tiempos y disfrutarlos.
—¿Siempre tuviste en mente hacer un documental?
—No lo tenía muy en claro, la verdad es que no estaba pensando en hacer nada. Solo quería salir, pero empecé a grabar, en el después, ni lo sabía. Hoy aseguro que fue mi salvavidas. Hoy me doy cuenta de que quería tener un registro para también tenerlo de testigo y mostrarle mis a mis padres o compartirlo con mis personas cercanas y mostrar todo lo que me había sucedido. ¿Era un sueño? Todo lo que pasaba era muy lejano a mi realidad. Fue ir a un lugar que nunca en mi vida me hubiese imaginado estar. Quedó un registro de esto para mí y para darme cuenta de que sí sucedió.