Lorna, la fan número uno de Susana: lo más osado que hizo para verla, la vida con autismo y su nuevo desafío como abogada
La primera vez que la vio tenía 10 años. Rosa, su mamá, sintonizó el televisor de su casa de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, para ver el debut de una modelo y actriz en ascenso que se convertiría en conductora. Lo que nunca imaginó la mujer fue que, ese modesto acto, cambiaría una vida para siempre. Era el 1° de abril de 1987, se estrenaba Hola Susana, y fue amor a primera vista. Cuando Lorna Gemetto vio a Susana Giménez supo que ella era todo lo que soñaba ser. También supo que quería conocerla, sea como sea.
De aquella noche, de lo más loco que hizo por estar cerca de la diva, de los regalos que le hizo su ídola, de las diversas carreras que estudió, del diagnóstico de autismo que recibió a los 30 años, y de su trabajo de abogada en el estudio de un letrado mediático habló en esta extensa charla con Teleshow. Porque detrás del personaje, de la fan número uno de Susana, como todos la conocen, hay una mujer resiliente que tiene la fuerza de un huracán para ir detrás de cada uno de sus sueños hasta cumplirlos.
Pero volvamos al inicio, en palabras de su protagonista: “A Susana yo no la conocía porque era chica y no me llevaban a ver sus obras. Entonces ese día que debutó en la pantalla chica me pegué a la tele porque me encantó. Mi mamá me retó porque me hacía mal a la vista, pero la sigo desde ahí”. Para conocerla personalmente, tuvo que esperar diez años.
“En 1996, como coleccionaba revistas y cosas donde salía Susana, mi mamá me dijo: ‘¿Por qué no le escribís una carta contándole tu historia y que tu sueño es conocerla? Con tu nombre le va a dar curiosidad y la va a abrir´. Y eso hice”, explica a este medio y recuerda un error que cometió y que casi hace peligrar la misión. “No le anoté mi teléfono que, en ese entonces, era de línea”, revela.
Un mes después, Lorna recibió una carta firmada por Susana con un número de teléfono. Tenía 19 años y marcó ese número con ilusión: era de la secretaria de la conductora, quien la invitó a presenciar el programa:
“Ese encuentro fue increíble. Ella me dijo: ´¿Cómo te iba a llamar si no me pusiste tu teléfono?´. Después no la vi más hasta el año 1999 que, por sugerencia de mi mamá, la esperé en la puerta de su casa. Cuando Susana salió me preguntó si era “la chica de la computadora”, porque en ese momento ella tenía una página web y de 100 mensajes que le llegaban, 99 eran míos. Empecé a hacer guardia en su casa para verla cada 15 días hasta que se fue a vivir afuera y desde ese entonces, nos vemos al menos una vez por año. Ni la pandemia pudo evitarlo gracias a su generosidad, que quiso recibirme aún en el 2020″.
Mientras el país estaba confinado, Lorna se las rebuscó para encontrarse con su ídola. Para eso recurrió a un amigo que tenía permiso de circulación en pleno confinamiento por el oronavirus. El desafío era cruzar de la Provincia a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, algo que estaba prohibido. “No me importaba el riesgo que pudiera correr porque el premio era enorme. Entonces fui con un colectivo hasta la General Paz, crucé caminando, subí al auto de mi amigo y esperé a Susana en la vereda de enfrente de su casa. Ella se acercó caminando y me habló muy dulce, fue una demostración de confianza y de amor, sabía que yo la iba a cuidar”, recuerda emocionada.
Los días de Lorna
Gemetto no para y es autogestiva. Tiene su propio sitio de internet, un canal de YouTube y redes muy activas. Participa en un programa de radio y hasta se animó al streaming. Antes del periodismo, estudió Derecho y se recibió de abogada a los 22 años, aunque se negó a trabajar en el rubro durante más de dos décadas. Hasta ahora, que Mauricio D’Alessandro la convocó a su estudio. “Ya tengo algunos expedientes chicos, para ir avanzando”, aclara y para confirmar que está a la altura del desafío suma: “Siempre digo que tengo oficio de periodista, pero alma de artista aunque en realidad tengo cuatro carreras, pese a mi diagnóstico”.
Conocer que tiene autismo aclaró dudas que la acompañaron toda su vida y le dio respuestas a muchos interrogantes. “Mis padres no quisieron pagarme otra carrera porque pensaron que era vaga. Lo mismo cuando no conseguía trabajo y en realidad era que no sabía muy bien cómo hacerlo. Ocho años estuve para obtener un diagnóstico”, explica y revela que se enteró a los 30 años, gracias a un amigo que estudiaba psicología y en una de las materias hablaron sobre autismo, le resonó y la llamó para decirle: “Ya sé lo que tenés vos”.
Googleando Lorna llegó a algunas definiciones que podían ajustarse a su sentir y ahí comenzó un derrotero médico y burocrático que se demoró más de lo deseado, pero que finalmente le confirmó una junta médica que, además, le firmó el papel que necesitaba, no solo para tramitar un certificado de discapacidad y acceder a terapias y tratamientos, sino también, a que su entorno la entendiera mejor.
—¿Cómo llegaste al estudio jurídico de D’Alessandro?
—Fui al Diario de Mariana (América) y cuando se enteró que era abogada, el doctor dijo al aire que me iba a ofrecer algunas cosas. Y así fue. Ya estuve con un caso y, probablemente, sigamos con algún otro. Estoy feliz con eso porque me permite seguir haciendo mis cosas. Por ahí voy a Tribunales a la mañana y a la tarde sigo con mis entrevistas o con la radio. Siempre cumplo, eso lo aprendí cuando se casó Susana con Huberto Roviralta, que la fiesta se transmitió a la noche y yo iba al colegio a la mañana. Tenía 11 años y mi mamá me mandaba a dormir; pero negocié, le prometí que si me dejaba verlo, al día siguiente iba a despertarme igual. Y así se mantiene: puedo ir a ver a Susana hasta la hora que sea, pero al otro día toca facultad, trabajo y no se puede faltar.
—¿Alguna vez se superpuso alguna actividad tuya importante con ver a Susana?
—Un año fue un drama porque Susana solía estar los domingos entonces yo me anoté tranquila en una licenciatura de noche. Pero ese año justo fue de lunes a jueves y me enteré una vez que ya me había anotado. Entonces iba a dejar la facultad. Mis padres no querían saber nada y lo hablé con Susana. Le comenté a la secretaria y me dijo: “Susana te va a mandar estudiar”. Y así fue. Me dijo que no deje la carrera, que la vea los jueves que era el día que no cursaba, y así hice. No abandoné, grababa los programas que no llegaba a ver.
—¿Cuál es tu máximo sueño?
—Yo siempre quise estar en el medio y antes de conocer a Susana no decía que quería ser actriz o cantante, sino estrella de televisión. Hasta que a los 10 años la conocí y quería ser como ella. Lamentablemente no tengo un talento supremo ni para el canto, ni para el baile, ni para la actuación, entonces pensé cómo me podía meter en el medio, hablo bien, soy inteligente, estudio, me manejo bien. Estudié periodismo y luego articulé con dos licenciaturas, una en Comunicación Audiovisual y otra en Arte Audiovisual. A veces la gente me conoce mucho más que a mis entrevistados, pero todavía no me consideran una celebridad: mi sueño es estar del otro lado de la alfombra roja. Me falta un un poquito para eso.
—Ya participaste de un reality como Cuestión de Peso, ¿alguna vez pensaste en ser actriz?
—Cuando murió mi mamá me animé a contar mi diagnóstico y ahí entendieron por qué yo hablo las cosas como son, porque sino, no las entiendo. Si se da la oportunidad, me animo pero también sé que tengo limitaciones: la primera es el físico salvo que necesiten una gorda. La segunda es que ya me conocen mucho, entonces no puedo hacer de extra, por ejemplo. Pero estoy segura que un reality como Gran Hermano sería ideal. Con estar una o dos semanas dentro de la casa ya me puedo quedar a trabajar en los paneles, que es lo mío. El tema es que a mí la gente me ama o me odia, y los participantes no me querrían porque yo no limpio, no hago las cosas de la casa y soy torpe. Estaría bueno, ahora que lo pienso, entrar para visibilizar la vida de los gordos. También podrían convocarme otra vez a Cuestión de Peso, porque es la única manera de que me banque la tortura del tratamiento. La última vez me faltaba un kilo y pico para el alta. Incluso me animo al Bailando, si bailó la Tota Santillán… ¿por qué no? Es un show.
—¿Te gustaría trabajar con Susana?
—Por supuesto, me encantaría. Sería como para un niño trabajar en Disney World, pero creo que no doy el rol porque son todas flacas. Y sino puedo ser su productora, que eso lo sé hacer muy bien porque como soy autogestiva con mis medios, aprendí todos los roles. Con tal de estar con ella, la produciría gratis. Y hasta sé lo que le gusta a su público, porque hace años que tengo y administro un grupo que se llama “Amor por Susana Giménez” y que cuenta con 27.800 personas en Facebook.
—Como bien dijiste, así como muchos te bancan, otros te critican por tu fanatismo, ¿cómo te interpelan esos comentarios?
—Si son críticas constructivas, algo concreto que me sirve para mejorar, las tomo. Si me critican por ser su seguidora, no les doy importancia. Yo he visto más de una vez cómo la gente que decía que no le gustaba Susana, apenas la ve se derrite. Lo mismo pasa con Mirtha o Moria. La gente es cholula, son muy hipócritas. Cuando yo decía en el colegio que iba a conocerla, todos se me reían en la cara. Y cuando realmente estuve con ella, llevé la foto al colegio, me hice popular y mejoró mi vida. La gente empezó a quererme y hasta hice amigos, todo gracias a Susana. Nunca me agreden en la calle, al contrario, me piden fotos.
—¿Cuál es la locura más grande que hiciste por ella?
—Bueno, viajé en el micro a Iguazú, a San Juan, a Córdoba, a Mar del Plata, a Punta del Este. Si me enteraba que iba a presentarse en algún festival o evento, iba y volvía en el día aunque fueran muchos kilómetros. En ese caso consultaba si me iban a dejar entrar al lugar, porque sino no iba. Cuando me la cruzaba en alguna provincia me decía: “¿Cómo viniste hasta acá, dónde vas a dormir? No vayas a dormir en la calle porque te mato”. Entonces le contestaba que iba a dormir en el micro. “Bueno, está bien, no me gusta mucho, pero en el micro está bien”, me decía. Me cuida como una madre.
—Y esos viajes, las guardias de muchas horas en la puerta de su casa, ¿cómo financiás todos esos gastos?
—Algunos viajes me ayuda mi papá y desde que tengo el diagnóstico, como tengo certificado de discapacidad puedo viajar gratis en transporte público. Entonces a veces los sacaba yo y otras, mis padres me daban la plata.
—Susana, ¿te regaló algo alguna vez?
—Sí, como siempre me veía desabrigada, me regaló una campera divina. ¡Es la única que logra que me ponga una campera! Cuando cumplí 30, que fue el primer cumpleaños que pasé con ella, me regaló un tapiz con la imagen de la Reina de Corazones. Después me regaló un rompecabezas, una gigantografía, una tela con la imagen de de ella, me hizo varios regalos. Pero su mayor regalo es cuidarme.
—Tu fanatismo es extremo y según contás, tu familia siempre te apoyó, pero ¿ellos la quieren a Susana?
—Mi mamá la quería y mi papá no tanto, o sea nunca fueron fans, pero le están agradecidos porque es buena conmigo, me aconseja y siempre me enseña cosas buenas.