Durante 20 años, miles de personas subieron a un rascacielos de Nueva York sin saber que caminaban sobre un error fatal
La situación fue más o menos así. Durante dos décadas, cientos de miles de personas entraron y salieron por las puertas de uno de los rascacielos más grandes de la ciudad de Nueva York. Estas personas, muchos de ellos trabajadores, subían y bajaban en el ascensor ajenas totalmente al fallo crítico que tuvo el edificio, terrorífico en clave arquitectónica, y que nadie tuvo en cuenta. Pocas veces en la historia del urbanismo de las grandes urbes se dio una situación similar.
El plan (y los planos). La historia se remonta a principios del siglo XX, cuando la iglesia luterana de San Pedro se encontraba en un terreno de la Calle 53, entre Lexington Avenue y la Tercera Avenida, en Midtown Manhattan. Para 1960, la comunidad de la iglesia pasaba por serios problemas económicos, lo que llevó al ayuntamiento a vender el terreno. Las negociaciones no fueron fáciles y duraron años. Principalmente, porque la iglesia exigía la creación de un nuevo edificio separado del bloque de pisos en el que pudiera continuar con sus actividades.
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Al final se dio luz verde al proyecto. El promotor aceptó las condiciones, y Citi Bank encargó a Hugh Stubbins & Associates el diseño del rascacielos. De la ingeniería se encargó William LeMessurier. El proyecto final constaba de un rascacielos, una iglesia, un espacio público bajo el nivel de la calle y el paisajismo.
El elemento más importante era, por supuesto, el rascacielos. El plano marcaba 46 plantas que se iban a distinguir del resto de la ciudad por el aluminio pulido y anodizado de la fachada. Además, entre los paneles había hileras de ventanas. No parecía realmente complicado, al menos no como el tejado y la base del edificio.
El tejado. Así, en el año 1977 se termina de levantar el rascacielos. Para entonces se había hecho más grande, con 59 plantas y una altura total de 279 metros. Una obra arquitectónica que deslumbraba a simple vista en el skyline de la ciudad, una torre colosal donde destacaba su cima inclinada de 45 grados.
La parte superior del tejado se asemeja a un triángulo isósceles. El plan original era construir terrazas y apartamentos, pero con el tiempo los arquitectos decidieron instalar enormes paneles solares. LeMessurier, profesor y graduado del Instituto Tecnológico de Massachusetts, realizó una serie de pruebas para comprobar la eficiencia de estos. Resultó que la energía convertida por la instalación era insuficiente. Finalmente, la idea de una pequeña planta solar se abandonó.
Los cuatro pilares. Sin embargo, nada como la base sobre la que se sustentaba el edificio. Unos “zancos”, como describió el propio LeMessurier, entre los que parecía flotar el para entonces séptimo rascacielos más grande del planeta. Nos referimos, por supuesto, a esos cuatro pilares gigantescos (34 metros cada uno) que se encuentran en el centro de cada lado (en lugar de en las esquinas) de la base.
También tenía una única columna en el centro, en este caso más estrecha, que albergaba los bancos del ascensor del edificio y que proporcionaba la fuerza adicional a los bastidores. Con este diseño se hizo sitio para la iglesia debajo de la esquina del noroeste del edificio, y dio a la estructura gigante un efecto brutal, casi como si estuviera levitando. De hecho, era excepcionalmente “ligero”, de tan solo 25.000 toneladas (como referencia, el Empire State Building era de 60.000).
Los famosos pilares
La rejilla. La base se convirtió en un icono de la arquitectura, ya que hacía que el espacio en las esquinas estuviera vacío. LeMessurier hizo que el peso del rascacielos se distribuyera al esqueleto exterior. En concreto, en una rejilla de marcos de forma triangular oculta bajo la fachada. Curiosamente, esta estructura era visible desde el interior. Los elementos no estaban completamente soldados, sino solo fijados con juntas atornilladas.
Al parecer, el marco de acero diseñado de esta manera estaba destinado a soportar vientos perpendiculares. Según los ingenieros, otros tipos de viento no deberían suponer una amenaza. Además, las normas municipales no obligaban a tener en cuenta otras ráfagas de aire en el diseño.
TDM. Lo cierto es que la arquitectura escondía un mecanismo importante en los pisos superiores. El Citigroup Center tenía uno de los primeros amortiguadores de masa sintonizados (TDM). Se trata de una esfera de hormigón de 360 toneladas empotrada en aceite. Cuando las vibraciones del suelo o el viento movían el edificio, el mecanismo oscilaba en dirección opuesta a la inclinación del edificio.
Dicho balanceo se equilibraba a su vez mediante brazos hidráulicos que sostienen la esfera. Con esta solución, el rascacielos era capaz de "mantener el equilibrio". Como explicó en su día LeMessurier, esta pieza era clave, ya que su función era la de cortar el balanceo del edificio por la mitad mediante la conversión de la energía cinética de balanceo en fricción.
Primeras dudas. Una vez terminado, el edificio fue alabado, pero también llegaron las primeras dudas. Nueva York no es un estado de grandes huracanes, pero los tiene de vez en cuando, ¿qué ocurriría si, una vez cada 50 años, los vientos soplaran a más de 100 km/h? Estos vientos pueden soplar desde diferentes direcciones.
El Citigroup Center se inauguró en 1977, y solo un año después se hizo evidente que podría tener un gravísimo defecto estructural.
La primera llamada. Un año después, LeMessurier recibe la llamada que ningún arquitecto espera en vida. Se trataba de Diane Hartley, una estudiante de ingeniería de la prestigiosa Universidad de Princeton que había estudiado la construcción del rascacielos para su tesis. La primera de las llamadas fue para hacerle varias preguntas técnicas sobre el diseño. El profesor de Hartley le había expresado sus dudas con respecto a la fuerza de un rascacielos inclinado donde las columnas de apoyo no estaban en las esquinas.
Hartley hizo algunos cálculos de la carga de viento del edificio. Luego los comparó con los cálculos de LeMessurier y descubrió que las cifras de los ingenieros de construcción eran incorrectas. La estudiante pidió que le enviaran los cálculos de carga exactos para diferentes tipos de viento. Solo recibió datos relacionados con vientos perpendiculares y garantías sobre la solidez de la estructura.
Es más, LeMessurier le dijo que el profesor no tenía ni la más remota idea y que todo estaba en orden. La geometría del bastidor del edificio funcionaba perfectamente con los pilares en tales posiciones, permitiéndole resistir vientos muy fuertes, incluso desde un ángulo diagonal.
Segunda llamada y fatal descubrimiento. Poco después, el ingeniero recibe un segundo toque de atención. Otro estudiante, esta vez del departamento de arquitectura del Instituto Tecnológico de Nueva Jersey en Newark. Se trataba de Lee DeCarolis, y convence a LeMessurier para que hiciera un nuevo cálculo.
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El hombre comienza a dudar por primera vez de su proyecto. Cuando termina el nuevo cálculo, un sudor frío recorre su cabeza. Ahora la carga máxima sobre los triángulos de acero parecía superar en un 40% cuando los vientos soplan en diagonal. De ser así, los pernos que conectan las estructuras estaban aún más sobrecargados, junto a un incremento de hasta un 160% de la carga en todas las juntas de conexión.
¿Qué había ocurrido? Se sabía que LeMessurier estaba interesado en los efectos de un cambio de ingeniería que se hizo durante la construcción y que había parecido correcto en su momento: las numerosas juntas no se soldaron (como así fue en el diseño original), y se aseguraron con pernos (tornillos). Normalmente, este cambio puede ser aceptable, pero el diseño del centro del Citicorp era sensible a los vientos diagonales. De ahí que los resultados de sus cálculos fueran más que preocupantes.
Un problema letal. Para que nos hagamos una idea de lo que acababa de descubrir el ingeniero, pensemos que la fuerza del viento sobre las superficies planas de un edificio es enorme. El viento que empuja contra una arquitectura alta como las de los rascacielos tiene una gran influencia contra su base, aunque la gravedad hace gran parte del trabajo por mantener todo el edificio unido a través de la compresión.
Esto hace que un edificio sea seguro contra el viento, siempre y cuando las juntas sean lo suficientemente fuertes como para resistir cualquier fuerza que no sea contrarrestada por la gravedad. En el caso que nos ocupa, LeMessurier temía que los tornillos no fueran demasiado fuertes para la tarea.
Buscando una solución. Tras unos días sin salir de casa, el ingeniero se pone en contacto con abogados y otros especialistas para acordar un proceso con el que rectificar su error. Le confirman que las ráfagas a más de 100 kilómetros por hora serían suficientes para romper los pernos que sostienen las bases del edificio, dando como resultado un fallo estructural “muy grave”.
Poco después, los trabajadores comienzan las labores de reparación por la noche, no hay tiempo que perder ante una posible catástrofe de consecuencias impredecibles. Mientras, la vida seguía funcionando “normal” en el interior del rascacielos. El plan del ingeniero: reforzar las 200 juntas atornilladas soldando placas de acero de 5,1 cm de espesor para cubrir los pernos.
Además, la integridad de las columnas y de todo el esqueleto se iba comprobando constantemente, no podían permitirse ni el más ligero fallo. La bola de hormigón del tejado estaba asegurada en cuanto al acceso a las fuentes de energía. Dicho esto, Manhattan tenía un plan en caso de derrumbe, uno que nunca hicieron público para que nadie entrara en pánico.
20 años de silencio. Lo cierto es que el plan de refuerzo finalizó a finales de 1978, un año después de conocerse el fallo estructural, pero nadie dijo nada. El caso se destapó en 1995 con un artículo del New Yorker describiendo lo ocurrido hacía casi veinte años, sacando a la luz, ahora sí, el histórico fallo con el que se levantó el rascacielos.
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Sin embargo, ni LeMessurier, ni los arquitectos e ingenieros del Citigroup Center, tuvieron que afrontar consecuencias legales por la corrección de sus errores. Al parecer, el coste de las modificaciones realizadas ascendió a varios millones de dólares, cantidad que fue cubierta por el seguro de la empresa.
Hoy y según los nuevos cálculos, cada varios cientos años se producen vientos que pueden dañar gravemente un edificio. Nunca sabremos lo que hubiera pasado de no haberse arreglado el Citicorp, pero sí sabemos el nombre de la heroína que, quizás, salvó miles de vida: Diane Hartley.
Imagen | Andrew Moore, Elisa.rolle, Johan Burati, Trxr4kds, Max Hermus, Amar.raavi
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La noticia Durante 20 años, miles de personas subieron a un rascacielos de Nueva York sin saber que caminaban sobre un error fatal fue publicada originalmente en Xataka por Miguel Jorge .