Música/Espectáculo

Gustavo Cerati a través de sus conciertos: la explosión pop, la conquista de América y el escenario como reflejo de la vida

Si algo distinguió a Gustavo Cerati a lo largo de su carrera, más allá de sus canciones y de su obra, es su estatura de animal de escenario. Con la profunda energía transformadora que tiene el arte, el muchacho que en algún momento fue tímido se convertía sobre las tablas en un guitarrista de efectos ilimitados y en un cantante de voz perturbadora. Podía mutar de un susurro sensual a una interpretación desgarradora con la naturalidad con la que pasaba de solear como sus héroes de la guitarra a jugar con la pedalera y trasladarse a los mundos menos pensados.

El chico que tocaba en las misas del colegio San Roque, el pibe que cayó rendido ante la opulencia del rock sinfónico, el adolescente que descubrió la new wave de The Police y supo finalmente lo que quería ser, hoy cumpliría 65 años. Pasaron casi 15 desde el accidente cerebrovascular que le puso freno en un momento de plenitud, cuando uno de los compositores más populares de habla hispana atravesaba su enésima reinvención: la del artista de vuelta de todo, entregado a las fuerzas de la naturaleza y poniendo el cuerpo y el alma al servicio de su obra.

En septiembre se cumplirán diez años de su muerte, y aquel gesto poético y artístico quedó para la eternidad. Gustavo en trance, en una coda eterna de “Lago en el cielo” como si no hubiera mañana, como si la eternidad fuera ese instante, como si por su cabeza pasaran las miles y miles de horas de vuelo. A continuación, un recorrido por algunos de sus conciertos más emblemáticos, en Soda Stereo o en solitario, en once episodios tan vivos como su legado.

Los primeros shows: moverás tus pies

Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti debutaron como Soda Stereo el 19 de diciembre de 1982 en la fiesta de cumpleaños de Alfredo Lois. No parece casualidad que el trío inicie su camino junto al compañero de facultad de Gustavo y Zeta, diseñador de videoclips, tapas de discos, escenografías y demás detalles visuales que fueron claves para un grupo que hizo de la estética una pata fundamental de su propuesta.

El 26 de julio de 1983, tuvieron su primera vez abierta al público en la disco Airport, ubicada en el barrio de Núñez. Fue el trampolín para que Soda empezara a recorrer el circuito de pubs y bares donde se forjaron el pop y el rock de la primavera alfonsinista. Patearon las tablas de Zero, La esquina del Sol, y Marabú, entre otros, casi siempre con gente afuera y la infalible regla marketinera del boca en boca. Empezaron a aparecer las canciones que irían a parar a su primer álbum Soda Stereo, otras inéditas que registraron en un histórico demo, y covers, como “I saw her standing there”, de Los Beatles, en castellano.

Bajo la apariencia supuestamente naif de los raros peinados nuevos y un mensaje dietético que pocos captaron como irónico, había mucho para ofrecer y un diamante para pulir. A finales de 1984, presentaron el disco en el Teatro Astros, donde repitieron al año siguiente. El crecimiento era tan meteórico como sostenido, en un escena que fluía en cualquier esquina de la ciudad.

El alunizaje en Obras: aguardando el temblor

En base a tocar en vivo y con dos discos tan diferentes entre sí que marcaban su evolución y sus inquietudes, Soda creció a pasos agigantados y en tres años estaba simbólicamente jugando en primera con su desembarco en el Estadio Obras. El debut en El Templo del Rock, la consagración para cualquier banda de la época, llegó por partida cuádruple. El 11, 12 (dos funciones) y 13 de abril de 1986 presentaron Nada personal, editado el año anterior, que ya contaba con el status de disco de oro.

Lois diseñó una ciudad futurista y una iluminación opresiva para un grupo que veía en la vanguardia un terreno con el cual maridar. El presente, los mostraba sin límites en un país que a esa altura ya le quedaba chico. Por el escenario pasaron el guitarrista Richard Coleman, integrante de Fricción! y socio compositivo de Gustavo, el saxofonista multibanda Gonzo Palacios, el tecladista Fabián Von Quintiero, por entonces invitado permanente, y un ensamble de cuerdas del Teatro Colón, para probar que encontraban encanto en lo clásico además de lo moderno. En las afueras, quedó la postal de la inmensa Avenida del Libertador cortada por los fanáticos del grupo, en unas jornadas lluviosas y otoñales que anticiparon el huracán.

Viña del Mar: la conquista inevitable de América

El monstruo del festival trasandino cayó rendido ante la potencia del trío. Otra vez las estimaciones quedaron cortas y fueron dos noches, el 11 y 12 de febrero de 1987, en las que supieron cabalgar a un público que hace de la hostilidad un modus operandi y en el marco de un festival más asociado a otro tipo de propuestas. Pero Soda sabía lo que hacía, tenía bajo el brazo un disco redondito, perfecto, ganchero y a la vez hermético como Signos. Y sobre esas grandes canciones, y un vivo imbatible y mejorado noche a noche, empezó a forjar su leyenda.

Esta presentación marcó simbólicamente el trampolín a la conquista de América, un terreno que habían preparado artistas como Miguel Mateos Zas o Los Enanitos Verdes, pero que Soda tomó por asalto con una prepotencia avasallante. Su manager, Alberto Ohanian, había hecho un trabajo de hormiga, difundiendo el material del grupo por los países de habla hispana, y la visibilidad de Viña fue el impacto que faltaba. Fueron recibidos por una marea de fans en el aeropuerto y apenas pudieron salir del hotel para los shows, algo que molestó a los músicos aún entendiendo el juego. De cualquier manera, ya no había tiempo para arrepentirse. La Sodamanía no tardó en desatarse por todo el continente y fueron verdaderas estrellas de rock sin fronteras.

El primer Vélez: Soda 1 – Tears 0

La sociedad entre la revolucionaria FM Rock & Pop y una marca de cigarrillos muy popular en la época derivó en el Derby Rock Festival, que permitió el debut de Soda en un estadio de fútbol. Fue el 23 de enero de 1990, cuando el grupo empezaba a despedirse de la gira del exitoso álbum Doble Vida para encarar Canción Animal, la consagración definitiva para una carrera formal que apenas superaba los cinco años.

Para esta etapa se mostraron en formato quinteto, con Andrea Álvarez en percusión y Tweety González en teclados, -más David Lebón, uno de los héroes de Gustavo invitado en dos temas, “Terapia de amor intensiva” y “Lo que sangra (La cúpula)”-. El show se realizó bajo una lluvia que los envalentonó, que celebraron sus fanáticos, pero que conspiró contra los británicos, que debieron suspender su show al quinto tema.

Para ese entonces, buena parte del público se había retirado y nacía una de las grandes leyendas de la historia de los conciertos de rock en Argentina, agrandada con el correr de los años. “Soda 1 – Tears 0″, tituló la mítica Revista Pelo para sintetizar la huida masiva que dejó un estadio semivacío, todo un triunfo en la liturgia rockera. Hacia el final de ese año, Soda eliminaría cualquier metáfora reventando ellos solos ese mismo escenario, ya con el repertorio del antológico disco naranja.

Gratis en la 9 de Julio: ¿Nada más queda?

La Gira Animal estuvo a la altura de su nombre y Soda llevó su música a lugares a los que nunca hubiera imaginado. Más allá de un internacionalismo cada vez más marcado, sus shows en suelo porteño quedaron en la historia por sus características casi opuestas. Entre junio y julio la banda realizó 14 conciertos en el Teatro Gran Rex, un espacio reducido para la convocatoria que manejaban por entonces, pero ideal para desarrollar un concepto minimalista. Invitaron a grupos de la escena alternativa para que actuaran como soporte, y el material se plasmó en el EP de rarezas Rex Mix.

Como contracara, el 14 de diciembre, a pocas cuadras de allí, dieron el show más multitudinario de su carrera. Bajo el ciclo Mi Buenos Aires Querido, organizado por la Municipalidad, tuvieron una convocatoria estimada en 350 mil personas, dispersas a lo largo de 20 cuadras por la avenida 9 de julio. “¡Socorro! ¡Los amo!”, gritó Gus en el punto más alto de su carrera, un pedido de auxilio espontáneo, un link posible con el que iba a pronunciar seis años más tarde.

Último concierto en River: no vuelvas sin razón

Promediando la década las cosas no estaban bien entre los Soda. La estatura artística de Gustavo había trazado una distancia insalvable entre los músicos, y problemas personales, económicos y musicales aceleraron el fin de la banda. Lo informó el propio Cerati, en la que se conoció como La carta del adiós, esa que se publicó el 9 de mayo de 1997 en el Suplemento Sí! y que cayó como una daga entre sus fans, aún cuando sabían que la disolución era cuestión de tiempo.

“Diferentes desentendimientos personales y musicales fueron creando un nudo de tensión emocional que empezó a comprometer ese equilibrio. Ahí mismo se generan excusas para no tocar, excusas para no enfrentarnos, excusas para no crear, excusas finalmente para un futuro grupal en que ya no creemos como hacíamos en el pasado. Cortar por lo sano es, valga la redundancia, hacer valer nuestra salud mental por sobre todo y, también, una muestra de respeto hacia el público que nos sigue y nos siguió todo este tiempo”, dice el fragmento más saliente, donde enumera los motivos del parate.

Para validar esa consideración con los fanáticos, acordaron realizar una mini gira de despedida por algunos países del continente. Fueron seis conciertos en 20 días, dos en Ciudad de México, uno en Monterrey, otro en Caracas, el paso obligado por Santiago de Chile, y el final, el 20 de septiembre en el Monumental. Con un grupo al borde de la guerra interna y el desfile de muchos de los históricos invitados -Richard Coleman, Zorrito Von Quintiero, Daniel Sais, Andrea Álvarez y Tweety González- fue una noche de emociones mezcladas, coronada por un “gracias totales” catártico, liberador, inolvidable.

El camino solista: un nuevo barco

Ya liberado del trío, en 1999 Gustavo Cerati lanzó Bocanada y dio inicio formal a su camino solista. No fue su primera producción por fuera de Soda -desde el Amor amarillo inspirado en su musa y madre de sus hijos Cecilia Amenábar, al problemático Colores santos con Daniel Melero y el proyecto electrónico Plan V que desarrolló mientras vivía en Chile- pero con este álbum empezaba otro desafío. Necesitaba demostrarle al público, a la prensa, a las discográficas y sobre todo a él mismo, que podía ser un artista de calidad y de cantidad aun prescindiendo de los dos tercios de Soda.

Cerati solista debutó el 25 de septiembre de 1999 ante 3200 personas que colmaron el Teatro Metropolitan de México DF. Con una banda formada por Fernando Nalé en bajo, Martín Carrizo en batería y el apoyo multiinstrumentista de Leo García y Flavio Etcheto, dio un show basado casi en su repertorio solista y con escasas y poco hiteras citas a Soda, que replicó en Buenos Aires en su confortable Gran Rex. “Río Babel” fue el tema con el que abrió los conciertos de la gira: “Fluir sin un fin más que fluir”, o la declaración de principios de un artista dispuesto a no hacer concesiones.

Estadio Obras con Ricardo Mollo: ahí vamos

Luego de la transición de Siempre es hoy, y apoyado en el pulso rockero de Ahí vamos, Gustavo Cerati empezó a lograr el reconocimiento y la popularidad que tanto perseguía para su carrera solista. Sus conciertos se volvieron cada vez más masivos y la propuesta, más sanguínea e igualmente sensible, lo conectó con su educación musical adolescente y lo acercó al calor de las masas.

La gira pasó por Obras, a 20 años del debut en el Templo del Rock, con cinco noches de pleno calor invernal y un setlist muy asentado. Algunas canciones solistas que ya asomaban como hits, un setlist ya más amigado con el del trío y una visita de lujo para el último de la serie, el 1° de julio, que hoy suena lógica, pero que en su momento puso a prueba a la ortodoxia rockera.

Habían transitado los ‘80 en veredas diferentes, y la grieta Soda vs Sumo, y luego, Soda vs Redondos, parecía insalvable. Durante los ‘90, ya al frente de Divididos, Ricardo Mollo solía frenar aquel cantito del público que pedía “que se muera Cerati”. “Me parecía necesario más que el discurso, la acción, entonces ahí decidí llamarlo a Gustavo“, le contó Ricardo a La Viola, sobre la trastienda de aquel encuentro. “Tenemos un invitado muy especial, quiero presentar a Ricardo Mollo” dijo Cerati sobre el escenario de Obras. La versión del mega hit “Crimen” quedó como postal de ese encuentro, que pudo haber sido la semilla de un disco en conjunto, pero el destino se interpuso.

Gratis en Figueroa Alcorta y La Pampa: nada mejor que casa

La escalada popular de Cerati tuvo su prueba de fuego el 10 de marzo de 2007 con otro concierto gratuito, en el que pudo saldar la asignatura pendiente con su gran referente del rock argentino. “Va a pasar una cosa muy grande. Muchos saben la admiración y la pasión que siento por este artista. Quiero invitar a Luis Alberto Spinetta”, dijo Gustavo, con la voz tomada por la emoción. Con el Flaco hicieron “Té para tres”, con el solo de “Cementerio club” ejecutado por su autor, a imagen y semejanza del falso unplugged de MTV, y “Bajan”, del imprescindible Artaud.

Fue el punto saliente de un concierto en el que Cerati se mostraba reconciliado con su pasado en Soda, intercalando clásicos como “Juego de seducción”, “Prófugos” y “Persiana americana” y tanteando de alguna manera el reencuentro con el trío que estaba al caer.

También fue la precuela de lo que ocurrió dos años más tarde, cuando Gustavo subió al escenario de Vélez para ser parte del megaconcierto Las Bandas Eternas, donde interpretó con el Flaco las mismas canciones. “Si hay un sueño cumplido, es este”, dijo conmovido, con su habitual poder de síntesis.

Me verás volver: la deuda interna

En junio de 2007, Soda Stereo anunció la gira Me verás volver con 22 shows pautados entre octubre y diciembre de ese año. Fue un recreo que se permitió un Gustavo Cerati ya consagrado con su nombre y apellido, un poco para mimar a sus fanáticos, otro para sanar con sus históricos compañeros de ruta, también, por qué no, para alimentar su ego.

Con precisión cartográfica, inició en México y terminó en Buenos Aires, con una saga de seis conciertos en el Monumental, con el 21 de diciembre de 2007 como fecha final. Como músicos de apoyo estuvieron Tweety González en teclados, Leo García en guitarras y coros y Leandro Fresco en samplers y teclados Los invitados fueron Richard Coleman, Andrea Álvarez, Fabián Quintiero, Gillespi y Carlos Alomar, el productor de Doble Vida, y todo transcurrió en un clima diferente al de una década atrás. “Se habló de la plata, se hablaron de muchas cosas. Pero esta vuelta se trató sobre todo de música. Y el éxito fue recomponer nuestra relación interna con Charly y Zeta”, dijo Gustavo durante el concierto.

Tocaron 30 canciones en algo más de 3 horas y cerraron el círculo con su primer gran hit: “Te hacen falta vitaminas”. Zeta revoleó el bajo, Charly los palillos y Gustavo repartió púas. Se abrazaron en modo racimo, sonrientes, lejos del frío lenguaje gestual del ‘97. Y se alejaron de a poco, entre besos y reverencias, como si hubieran pactado dejarle a sus fans esa imagen final. El de la burbuja en el tiempo.

Auditorio Simón Bolívar: algo que nunca sentiste

Tanto se escribió, y tanto se seguirá escribiendo y aún así no habrá explicación para lo ocurrido el 15 de marzo de 2010 en el Auditorio Simón Bolívar de Caracas. La gira de Fuerza Natural transcurría tal como lo había proyectado en el disco, un resumen acabado y quién sabe si inconsciente de su carrera y su personalidad, un combo experimental, vanguardista y clásico, tres paradigmas que siempre sobrevolaron su obra. La tracción a sangre más profunda, los elegantes chiches de la electrónica y la fuerza poética en modo brainstorming dialogando en su máximo esplendor.

“Ahí va un regalo… no mío, sino de la naturaleza, o de lo que sea. Un lago en el cielo para todos… acá que estamos bien alto. ¡Gracias Caracas!”, dijo antes de tocar “Lago en el cielo”, un tema habitual de cierre pero nunca con un solo tan largo. Dos minutos que se fueron estirando hasta parecer una eternidad. Un beso sentido, la mano al corazón como reverencia, los brazos en alto y el último saludo: “Hasta la próxima, chau!”, dijo antes de retirarse aplaudiendo al camarín.

“Fue el show más exitoso de la gira”, le confió al sonidista Adrián Taverna, su amigo incondicional y mano derecha, antes de intercambiar algunas bromas junto a Coleman, otro compañero de andanzas de siempre. Ya con malestar en su cuerpo, se tomó la última foto grupal, a pedido del baterista Fernando Samalea y se retiró al camarín a descansar. Lo que sigue es conocido por todos y es una de las páginas más tristes de la música popular. A las 5 de la mañana, desde la cuenta oficial de Twitter de Cerati se publicó un mensaje escueto: “Gustavo tuvo una descompensación luego del show de Caracas, pero informamos que se está recuperando favorablemente”.

Con el correr de los días, se supo lo que había ocurrido: un accidente cerebrovascular que requería de una intervención que finalmente tuvo lugar en Venezuela. El músico estuvo internado en cuidados intensivos hasta que por decisión familiar fue trasladado a la Argentina en un avión sanitario el 7 de junio. En cuestión de días, la puerta de la clínica Alclav se convirtió en lugar de peregrinaje de familiares, amigos y colegas, de cadenas de oración y fogones improvisados, de inagotables muestras de gratitud a un artista que cambió la vida de miles de personas en todo el continente. Hasta que el 4 de septiembre de 2014, la familia comunicó su muerte. Su leyenda ya estaba escrita desde mucho tiempo antes.

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