Carlos Belloso, de sus comienzos a su consolidación en el teatro, el cine y la TV: “Soy un sobreviviente del Parakultural”
Carlos Belloso no descansa y tampoco tiene ganas de hacerlo. Cada nueva propuesta es un desafío que le gusta asumir y acomodar a los tiempos para poder cumplirlo, porque si de algo puede jactarse es de que cada trabajo que encara le da ciento por ciento de su capacidad.
En estos momentos se encuentra sobre las tablas la obra Operarius, que lo tiene como director. A ella llegó gracias a Esteban Parola, un reconocido actor y director de teatro del programa Cero Drama, donde se brindan clases a personas con discapacidad, donde más allá de convertirse en un espacio de inclusión, es un espacio de formación artística que los proyecta a una salida laboral.
“Con Esteban tengo una una afinidad muy grande, a mí me parece una persona muy talentosa y un docente increíble Yo lo admiro por Cero Drama y a partir de ahí hicimos una amistad”, recuerda, a Teleshow sobre ese primer acercamiento. “Me contó que le gustaría que lo dirija en una obra con otros actores y me acercó el texto de Julieta Grinspan. Cuando lo leí, había algo ahí adentro que me gustaba mucho. Los actores son Parola y Grinspan y Julia Nardozza. A partir de ahí se creó la posibilidad de hacer una una comedia cruel, un teatro del absurdo cruel viendo estas líneas de lucha de clases”, cuenta.
La historia relata el momento en que una empresa constructora cava un pozo tan grande que la ciudad comienza a desmoronarse. El desafío de su dueño, entonces, es encontrar quien pueda llenarlo y construir su tan ansiado complejo habitacional. En medio de temblores y derrumbes iniciará la intensa búsqueda para encontrar a un albañil. Entonces algo sucede en esta ciudad: ya no queda que quiera trabajar para él.
Operarius dialoga así con uno de los temas más complejos de la actualidad como lo es el problema habitacional. De igual manera, plantea preguntas acerca de las formas y condiciones laborales, al encontrar salidas posibles y cuestionamientos dolorosos y actuales, pero sobre todo, muy necesarios.
“A partir de ahí se generan esas dos puntas que se necesitaban, se deseaban y al mismo tiempo se explotaban a sí mismas. El opresor y el oprimido estaban muy claros, pero también en la puesta hay una visión desde abajo hacia arriba. Y en el medio, una escribana que sería una mediadora. La clase media que está entre esas dos fuerzas que están chocando continuamente”, retrata sobre la obra que cada sábado sube al escenario del espacio Hasta Trilce.
En el espectáculo, claro, no falta el absurdo, agua en la que Belloso navegó durante tantos años. “No es un género solemne. Es un género que transmite cosas, pero al mismo tiempo disloca y pone en un lugar cosas que uno no se imagina que están ahí”, destaca.
Por su formación, recuerda al teatro de la de la crueldad de Griselda Gambaro o el de “Fernando Arrabal que me une con él la patafísica, porque me interesa también ese absurdo, el de las soluciones imaginarias”.
“El humor es poner en un lugar algo donde no iba. Entonces ahí viene la risa, pero al mismo tiempo el absurdo es eso, algo que está en un lugar equivocado. Entonces todo se vuelve a releer y se reubica, y al reubicarse se reinterpreta y se desterritorializa algo que uno en un cotidiano lo ve tantas veces que no le parece relevante, que no le presta atención”, reflexiona, para luego dejar un ejemplo que grafica a la perfección.
“Si las nubes aparecieran una vez cada diez años, las nubes serían algo mágico. Pero aparecen todos los días, entonces es algo frecuente. Me parece que en la reinterpretación de los textos pasa eso, no se da cotidianamente. El absurdo se da de vez en cuando y cuando viene es un shock en la percepción”, comenta.
El arte, en todas sus vertientes, lo acompañó desde el inicio de sus días, y en su formación aparecieron el dibujo, la pintura y la música, y en cada uno de ellos trató de ser lo más sólido posible.
“En dibujo estudié con Hermenegildo Sábat, en música traté de ir a las fuentes y expresar e interpretar genuinamente ciertas canciones, no apoyándome en pistas, sino que básicamente primero lo saco en guitarra y después lo monto en lo que pueden llegar a ser los arreglos. En la escritura también lo trato. Poco a poco fui buscándole la vuelta a expresarme artísticamente, pero en un momento la actuación aglutinó todo”, rememoró.
Pero antes de centrarse su labor artística, el ingreso de dinero se correspondía con trabajos como el de carpintería, que comenzó a realizar desde los 13 años cuando ingresó como ayudante: “Lijar, enduir, todo eso. Me la pasé lijando y pasando enduido hasta que poco a poco fui aprendiendo el oficio. Después pasé inmediatamente a la carpintería metálica. Hice ventanas, puertas, aberturas, mamparas para baño, todo con perfiles de aluminio trabajando para una empresa que debe estar todavía en Florida”, recordó.
Trabajó en un supermercado como repositor y después llegó el tiempo de realizar el Servicio Militar Obligatorio, que incluso lo llevó a trasladarse al Sur en tiempos de la Guerra de Malvinas. “Después de eso, retomé de nuevo. Si bien yo tenía la idea de ser artista y la necesidad de expresarme, no solamente volví a pintar y a dibujar, sino que hacía mis propios bastidores porque me salía más barato. Entonces compraba perfiles y ahí también hacía carpintería. Y también después en un momento pintaba y me fue relativamente bien con la pintura porque gané un premio en pintura nacional. Después no anduvo el engranaje para seguir pintando. También me ganó el lado de la actuación. Cuando empecé a ver el lado de la actuación, yo creo que todo lo junta el acto. El actor junta al músico, al pintor, al dibujante, al carpintero e incluso el manejo de armas que tuve en la guerra”, expresa.
Pero el paso no sería fácil, claro. A mediados de los 80 su vida se distribuía entre la Escuela Municipal de Arte Dramático y el Parakultural, que quedaba apenas a tres cuadras de allí: “En una hacía teoría y práctica de teatro y en la otra hacía laboratorio puro. Ahí lo veía a (Humberto) Tortonese, a Batato (Barea), a las Gambas al Ajillo y rock, mucho rock, mucho reggae, mucho ska. Era muy lindo. Era muy lindo, era precioso. Era un foco infeccioso increíble”, rememora.
Sobre lo vivido en ese espacio under por excelencia, recuerda que “eran estéticas muy diferentes”. “No había una uniformidad, entonces contrastábamos con el San Martín, que había una solemnidad, que había cosas lindas y buenas, pero era más esquemático. Pero en el Parakultural, por ejemplo, yo le decía a Batato ‘qué bueno lo que hiciste’ y él me respondía que no sabía qué había hecho. Y era eso, estábamos haciendo lo que queríamos porque nos salía del instinto, del subconsciente”.
Así, el público era más artista que el que estaba arriba. Un espacio donde se retroalimentaban y en donde comenzaron Los Melli, el dúo que tuvo durante casi diez años con Damián Dreizik, con quien brilló. “No sabía de qué se reía la gente y al mismo tiempo tenía que ver con la poesía que nosotros teníamos cada uno y la decidimos hacer juntos. Dimos con algo que prendió mucho porque era incomprensible, pero hilarante. Al principio nosotros hacíamos poesía seria y la gente se reía, entonces dijimos ‘vamos a hacerla reír’. Por otro lado, estudié esa semiótica de los cuerpos y del teatro, aprendí mucho en esa época”.
“Yo trabajaba en Los Melli, pero podía trabajar en otro grupo, como Los Mimilocos o en Los Apestosos, que era un grupo de música y teatro. Podía estar haciendo una performance con otro director. Había como una fuente de inspiración y de creación increíble, y de charlas con músicos, totalmente drogados. Soy un sobreviviente del Parakultural, porque a veces te metías cosas en la nariz que decías ‘uy, qué hice’. Te pasabas tres días hablando solo, sin dormir”, explica sobre las largas jornadas que se vivían, cuando el día se mezclaba con la noche y con todo lo que se encontraba a su alrededor.
Entre los nombres que formaban parte de esas noches estaba el de Luca Prodan: “Nos veíamos, no era amigo, pero charlábamos de vez en cuando. Antes de fallecer, Luca sale del Parakultural a la casa de un conocido que teníamos todos, que era el Colorado que afinaba pianos, y muere en la casa de él después de dos días de marcha y de haberse metido algo adentro. Yo no quiero específicamente saber qué es lo que se metió ni lo que dejó de meterse, pero era fuerte ese lugar. Cuántas veces a las 5 o 6 de la mañana abrían la puerta y éramos como vampiros, mientras escuchábamos a Luca, que estaba cantando durante tres horas borracho cosas incomprensibles. Todos tus trolos, se llamaba el grupo que tenía en el Parakultural con Axel Krieger”.
El artista que habitaba en Belloso estaba más presente que nunca, pero también las obligaciones se sumaban: “Fui buscándole la vuelta a expresarme artísticamente, pero en un momento la actuación aglutinó todo. Cuando en la época del menemismo ya tenía un hijo. ‘¿Qué hago? ¿Busco trabajo para mantener a mi familia o persisto en esta idea de que el arte es mi lugar?’. Ganó eso, que yo con el arte o con mi actividad, ya sea teatral, cinematográfica o lo que sea, iba a sostener una familia. Es muy duro, porque a veces cuando uno empieza no cobra o cobra poco. Pero en un momento entra el factor suerte y logré entrar en Ta Te Show, en la época de Fernando Bravo, y ahí tenía la posibilidad de que haya una entrada fija de dinero que a mí me interesaba”, cuenta.
“Yo ya había hecho teatro, pero claro, ahí me sorprendí. Trabajaba un día sábado que era una hora de grabación en vivo. Me llamaban el viernes y me decían que tenía que hacer de Freddy Krugger. Yo me preparaba y después iba a maquillaje, que Canal 11 tenía un buen staff de maquillaje. Salía y era redondo el personaje. Y era la primera vez que yo trabajaba una hora y podía tener un sueldo por mes. Ahí me entusiasmó la idea de trabajar en televisión, cuando el teatro under y la televisión no cuajaban”, explica.
Llegaría entonces la masividad de la mano de Pol-Ka y del Vasquito, de la telenovela Campeones, un personaje del que no duda que tiene una base teatral más que importante.
“Ver en una novela un personaje así era como un asombro en un punto. No era un personaje cómico, era un tipo complejo. Era tierno por un lado, pero siniestro por el otro. Porque era medio perverso, era pillo y al mismo tiempo muy inocente, pero se daba vuelta en cualquier momento. También tenía una cosa sexual con las mujeres y tenía una cosa con los hombres también como provocadora. Un conflicto interno terrible”, reconoce sobre la complejidad más allá de la popularidad.
Sobre qué fue lo que realmente caló en el público, destacó que la identificación fue la clave: “Siempre hay un vasquito en el barrio, en el bar. Es más, a mí lo que más me conmovió es que en el carnaval de 1999 y 2000, los chicos se disfrazaban del Vasquito y me mandaban fotos. Eso es increíble. Aparte era muy simple, anteojo con una venda, una boina y nada más. Después era hablar como se les ocurra. Fue fuerte”, destaca.
Sin embargo, culminada esa etapa llegaría el desafío de no encasillarse: “Tuve la suerte de entrar en ese sistema que me dio posibilidades a tener más personajes y más trabajo en continuo, pero también en un momento tuve que ir para el otro lado porque después me pedían todos el Vasquito. Entonces aguanté e hice Tumberos, que era totalmente lo contrario”, recuerda, sobre otra de sus grandes personajes.
Allí se pondría en la piel de Guillermo Marmotta “El Willy”, un reo capo del pabellón. “Es un ser sórdido y cobarde al mismo tiempo, que mandaba a los otros y que tenía impunidad, que no quería irse a la cárcel porque vendía cocaína y estaba muy bien”, sintetiza. Fue en ese momento de su vida donde reconoce que “ahí ya vieron que yo podía hacer varias interpretaciones, y eso me daba posibilidad a su vez de entrar a otras producciones”.
En la actualidad el actor, además de la obra Operarius en el espacio Hasta Trilce, es parte de Una terapia grupal en el Teatro Metropolitan -junto con Juan Leyrado, Paoa Krum y Carola Reyna-, mientras prepara lo que será su unipersonal El aparato, en septiembre en el Chacarerean Teatre. Carlos Belloso no descansa.