Carlos Rottemberg celebra 50 años con el teatro: el éxito como excepción a la regla y el secreto para manejar el ego de los artistas
Cuenta la leyenda -es decir, él mismo- que Carlos Rottemberg eligió unir su vida a la del espectáculo cuando tenía ocho años y vio por primera vez La novicia rebelde en un cine de Lavalle. Le costó a su madre convencerlo para que la acompañara de Mataderos al centro para ver una pieza que no lo seducía, pero la promesa de compartir una pizza luego de la función lo hizo ceder. Ni bien apareció Julie Andrews en escena, se largó a llorar. “Quiero ser eso”, le dijo a Juana. Nadie supo bien a qué se refería. Lo concreto, es que en un mes vio 14 veces la película. La curiosidad por el cine mutó hacia el teatro. Y el resto, es historia más o menos conocida.
En los últimos 50 años, su nombre estuvo ligado a algunos de los hitos más representativos del espectáculo nacional. En la actualidad, es dueño de 7 edificios, 16 salas y 8991 butacas como dice en la página oficial del Multiteatro, casi un inventario de su producción artística, como esos contadores de actualización permanente. El medio siglo asoma con la prepotencia de su número redondo. Y las bodas de oro suenan a excusa para pasear por la vida de un hombre que vio de todo y que vivió casi todo. Y que sin embargo, mantiene intacta la capacidad de asombro cada vez que se embarca en una producción, cuando repara en una puesta que lo subyuga, o vuelve a darle play a aquel iniciático viaje comandado por Julie Andrews.
“Efectivamente no me declinó esa pasión infantil”, analiza el productor y ensaya una explicación. “Es algo que sucede de manera espontánea. Nunca lo tomé como un trabajo, y al día de hoy no lo siento como tal. Siempre dije ‘voy al teatro’, nunca ‘voy a la oficina’, de la misma manera que el espectador va a ver una función”.
El recuerdo, entonces, viaja al niño espectador, a ese viernes de invierno del 65, cuando el hijo de Juana y Miguel, todavía trabajador del cuero en la empresa familiar de Mataderos, ventiló sus ganas de hacer algo vinculado al teatro. “Me sirve mucho tener claro de donde vengo, de donde lo transito y cómo lo veo para el futuro”, dice, con gratitud a la comprensión de sus padres y con el orgullo de barrio en la piel. “En 50 años nunca logré ser el Señor Rottemberg, siempre fui Carlitos. Y después de 50 años, lejos de enojarme, lo tomo como un activo”.
El presente y el pasado se mezclan en un relato apasionante. “Soy un agradecido a esta profesión que me trató bien desde el primer día”, sentencia, e invita a entrar al Carlitos de 17 años, recién salido del colegio, que nunca había conocido a un artista de carne y hueso. “Mis primeros contactos fueron con Beatriz Bonnet y Juan Carlos Dual”, revela. Una presentación a lo grande, con dos pesos pesados de la época y una prueba -la de trabajar con artistas, con sus egos, y sus estados de ánimo- que iba a aprender a sortear con cintura.
”Me resultó sencillo por dos motivos. Uno es que soy admirador del talento, pero no soy cholulo. Y otra es que siempre tuve claro que tenía que volver a casa a atender a mis hijos. Sigo privilegiando la familia que es lo más básico”, dice como un mago que revela sus trucos. En cambio, apela a los códigos para evitar revelar el nombre de un amigo a quien se atrevió aconsejar. “Le dije a una gran figura que por más puntos de rating que tengas en tele, o la cantidad de seguidores de las redes, o los clics que pueda tener tu nota, nadie de esos te va a dar la mano en el momento que entres a un quirófano. Eso te lo da la familia y los amigos. Necesitás todo lo otro, pero no te confundas, porque eso es lo que te va a permitir llegar a una vejez acompañado”.
El rating, los seguidores o los clics en teatro se traduce al bordereaux, el conteo de venta de entradas por función que Rottemberg dirá cuánto le importa. “Por supuesto que me interesa seguirlo, es una empresa, son muchos teatros. Una obstinación mía fue seguir el viejo manual de los empresarios antiguos de hacer crecer la empresa con los mismos ingresos que la empresa provoque”, dice con la fuerza de un lema y con el aval de quien superó los 22 millones de entradas vendidas. “Nuestros teatros se sustentan con este dinero. Soy un privado al 100 por ciento, pero al mismo tiempo un defensor acérrimo de la inversión en cultura que debe hacer el Estado”, explica, tomando distancia de aquel empresario que toma prebendas del estado.
—Otra cosa con lo que lidian los actores es con el éxito y con el fracaso. ¿Y el productor?
—Hay gente que le tiene miedo a la palabra éxito, que lo liga solo a lo económico, o que piensa que es políticamente incorrecto. Yo lo defiendo, lo busco y lo explico: ¿Conocés a alguien que se somete a una operación y no quiere que el médico tenga éxito? Lo mismo con el constructor de tu casa, el piloto de avión, o vos mismo como padre de familia. El éxito no es solo vender entradas de teatro y tampoco tiene que dar vergüenza, porque bien entendido es maravilloso.
—¿Y el fracaso?
—Yo me tranquilizo cuando veo que los Multiteatro producen un 30 por ciento de éxito aunque haya un 70 que no funcionan. ¿Sabes cuántos musicales de Broadway son exitosos? Conocemos 7 u 8 que funcionan… ¿y qué pasa con los otros 40? En esta industria la excepción es el éxito, pero sustenta los fracasos, que por otra parte los escondemos bajo la alfombra y tiene pocos testigos. Por ejemplo, estamos celebrando 33 años de Brujas… ¿Sabés cuanto fracasos bancó Brujas? O Pinti con Salsa Criolla, o Toc, Toc, o las temporadas que hacíamos con Alberto Olmedo en Mar del Plata, o Juan Carlos Calabró con la explosión de Johny Tolengo… Esto se retroalimenta cuando funciona, porque es el público el que decide, es el dueño del acervo cultural.
—¿Hay competencia entre ustedes?
—Te lo respondo con lo que decía en cada reunión mientras fui presidente de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales y Musicales. Lo importante es que a una obra le vaya bien, sin importar de qué compañía es. Esta profesión es una calesita, y lo importante es que siga girando porque la sortija siempre está cambiando de mano. Si no te funciona a vos, pero sí al teatro de la otra cuadra, sabés que en algún momento te puede tocar.
Cuando la charla entra en el fascinante terreno de los nombres propios, además de un paseo por la nostalgia, es un pie para preguntarle a Rottemberg si guarda particular estima por una obra puntual. A riesgo de la ingratitud, acepta el convite y marca dos momentos claves en esta historia. “Uno que me viene a la memoria es cuando estrenamos Made in Lanús, con Luis Brandoni, Patricio Contreras, Marta Bianchi y Leonor Manso”, evoca. “Habíamos recuperado la democracia y me daba mucho placer ver la gente salir del teatro con la satisfacción de lo visto en la cara y las ganas de volver”.
El otro lo conecta con el presente, y con la familia, su gran refugio. “Hoy, School of Rock y Matilda marcan un hito”, dice respecto a los musicales que impactaron en calle Corrientes y en el que mucho tuvieron que ver sus hijos menores, fruto de su relación con Karina Perez Moretto. Matilda, sin querer queriendo, le acercó la obra homónima. Y esto provocó los celos productivos de Nicolás, hermano mayor para colmo, que propuso la reciente historia que en el cine protagonizó Jack Black. “Ellos son los factótum de los musicales, y ahora están eligiendo el que viene”, revela sin dar mas información.
La familia lo remonta a su papá Miguel, que falleció este año, y su mamá Juana, quien todavía es testigo de sus aventuras. Y el coraje -Carlitos elige otra palabra- que tuvieron para firmarle la emancipación y que pudiera trabajar de manera independiente siendo menor de edad. Por respeto a esa libertad, y dejando que jugara la intuición, no le impuso a Tomás que lo acompañara en su negocio familiar. Su hijo mayor, de su relación con Linda Peretz, cien por ciento linaje artístico, primero probó en la facultad hasta que eligió seguir los pasos de papá. “Hoy puedo decir con gusto real que lo estoy acompañando a él. Y me gusta mucho más que me digan que soy el papá de Tomás a que digan que él es el hijo de”.
Palabra de Rottemberg, autorizada y sincera, como lo atestiguan cincuenta años de convicciones para el teatro y para la vida.