Alberto Olmedo cumpliría 91 años: de hacer “changas” en Rosario a convertirse en leyenda de la TV argentina
Alberto Olmedo tomó su primera comunión vestido de traje, como se acostumbraba en la época, pero no lo hizo solo una vez, fueron dos, tres… fueron unas 35 veces que se lo vio paseando con su trajecito por el barrio. El motivo: cada vez que un niño llegaba a ese momento de la vida, en la iglesia Inmaculada Concepción, le ofrecían chocolate caliente con facturas.
Nacido el 24 de agosto de 1933 en una casa ubicada en Callao 73 bis; en el corazón del barrio Pichincha, en la ciudad de Rosario, el humorista fue fruto de la relación entre Plácida Isidora Olmedo y José Mautone, un italiano que llegó desde Sicilia a principios del 1900 para “hacerse la América”. Pero no lo logró. Es más: desapareció de la vida de El Negro al punto de no dejarle ni el apellido.
Tras ello, terminó viviendo junto con su madre y sus dos hermanos menores en un conventillo de la calle Tucumán al 2700, en una habitación minúscula con una pequeña cocina y un baño que compartían entre seis familias. Pero eso sería por poco tiempo. “Vivían los cuatro en esa pieza. La hermanita, por ser la más chiquita, se fue a vivir con una tía; y Alberto, para no estar metido ahí con su mamá y su hermano, vivía donde podía”, detalló Osvaldo Martínez, uno de sus grandes amigos, en un antiguo reportaje al ciclo Expedientes Teleshow a principios del 2001.
En Rosario, el barrio Pichincha debe su nombre a la famosa batalla por la independencia, aunque en el pasado también era conocido como “Rosario Norte” y “Barrio Sunchales”, que derivan de las denominaciones hechas a la estación de trenes que allí se encontraba. A mediados de la década del 30, las cuadras por las que vagueaba Olmedo, experimentaron la desaparición de la regulación oficial de la prostitución. Sin embargo, la actividad continuó por años, convirtiéndose en un lugar frecuentado por muchos hombres durante las noches.
“A las situaciones difíciles del Pichincha en esa época, hay que sumarle el hambre y la ausencia de un padre: el Negro de alguna manera era guachito. Su infancia quedó muy marcada por esos dos hechos tan significativos”, explicó otro de sus amigos, Tuly Dobry en una antigua charla con ATC, en referencia a que la madre estaba todo el día fuera del hogar, además de no tener un padre presente.
El comediante que hizo reír desde el cine, el teatro y la TV se formó en la calle y allí también encontró los más variados rebusques para llevar algo de dinero a su casa para ayudar a paliar un presente económico esquivo. Así, con apenas seis años y mientras cursaba sus estudios primarios en la Escuela N.º 78 “Juan F. Seguí”, comenzó a obtener varias changas: desde repartidor en una verdulería hasta empleado en una carnicería y una farmacia. De hecho, abandonó la escuela en el último año y recién la terminó a los 15 años en el turno noche.
“Nosotros no teníamos un mango, pero éramos más felices”, detalló Chiquito Reyes, el amigo de quien luego tomó su nombre para uno de sus personajes, y recordó que, pese a todo, se tomaban un tiempo para estar juntos y compartir los más variados juegos, como arrojar un palo de escoba con dos puntas para ver quién lo tiraba más lejos.
Martínez también contó que en más de una oportunidad “subíamos al tapial de la antigua Cervecería Schlau y cuando llegaban los trenes cargados de sandías agarrábamos una cada uno, nos comíamos el corazón y del resto elegíamos los pedazos más grandes y los poníamos boca abajo para patinar en las vías”.
Acompañado por Martínez y Reyes, Olmedo llegó al club Newell’s Old Boys y allí conoció a Víctor Morjose, con quien compartió un equipo de acrobacia, bajo la dirección de Bención Dobry. Allí comenzó a desplegar sus dotes actorales, como esa vez que estaba subido a los hombros de Morjose y, en medio de una actuación, empezó a ponerle el dedo gordo de su pie en las fosas nasales al punto de que tuvieron que morderlo para que dejara de hacerlo.
Tras ello, llegó el tiempo de las actuaciones en el Centro Asturiano de Rosario. Allí, el baile le daría paso a la parodia, luego de conocer a Antonio Ruiz Viñas, con quien entabló una inmediata amistad y comenzaron a practicar como dúo cómico.
Luego se sumó Juanito Belmonte y, entre los tres, fueron parte de la claque del teatro La Comedia. “Cuando la primera figura salía al escenario, había que aplaudirla, y nosotros éramos los encargados de arrancar el aplauso. Por ese trabajo recibíamos una entrada al teatro todos los días y una comida que, para nosotros, era muy valiosa, porque a veces era la única comida caliente del día”, contó Belmonte.
Para el año 1952 la idea de trasladarse a Buenos Aires a buscar suerte lo tenía decidido, o al menos así se lo hizo saber a sus amigos del barrio. Dos años después, gracias al envión anímico de su amigo Pancho Guerrero, se trasladó. Llegó en 1954.
“Él se había salvado del Servicio Militar Obligatorio y no sabía qué hacer de su vida. Le dije que se viniera a vivir a la casa de mi mamá y yo iba a hacer lo posible por meterlo en la televisión”, explicó Guerrero, quien ya estaba involucrado en la emergente industria televisiva, en el flamante Canal 7.
“Él viajó gracias a los poquitos pesitos que le pudimos prestar algunos. Primero paró en una pensión y después durmió hasta en la 9 de Julio. Limpiaba vidrieras para poder comer”, recordó Martínez.
“Llegó un día de agosto, muy frío”, rememoró Guerrero. “Yo estaba en Paulista, de Avenida de Mayo, eran las 2 de la mañana y se apareció el Negro con un trajecito muy finito y una valija de cartón. Lo llevé a la casa de mi mamá y al poco tiempo empezó a trabajar”.
Sí, trabajó, pero no en la televisión, sino en una zapatería y en una fábrica de carteras, mientras pasaba de pensión en pensión, disfrutando de su nuevo entorno, pero la pantalla chica era un objetivo que no podía alcanzar. “Le tomó una prueba Delfor para La Revista Dislocada y le dijo: ‘Tomatelá, pibe, vos nunca vas a ser cómico’”, recordó Hugo Sofovich.
Finalmente, a mediados de la década del 50 entró a trabajar en Canal 7 como switcher: el operario encargado de cambiar las cámaras conforme a las indicaciones del director. Este trabajo le permitió empaparse del ambiente televisivo y ganar el cariño de sus compañeros gracias a su sentido del humor. También le permitió entender el otro lado de la pantalla.
Una noche decisiva llegó en 1955. “Durante la cena de fin de año del canal, a los que se iban se les ocurrió hacer una bienvenida a los que entraban y se empezaron a decir barbaridades. Se armó un clima de pelea, de guerra, y cuando la cosa ya estuvo muy fea, Olmedo saltó a la mesa y comenzó con las cosas que nos hacía a nosotros en el café y ahí fue donde Julio Bringuer Ayala -interventor de la emisora- me dijo que lo pusiera en mi programa”, recordó Guerrero, que en ese tiempo estaba por estrenar el ciclo La troupe de TV.
“Fueron cinco años en los que trabajé tanto de switcher como de actor”, explicó Olmedo en uno de sus últimos reportajes, al reconstruir momentos de su vida.
El amor no tardó en llegar. Tras cruzarse con Judith Jaroslavsky, una secretaria del canal y productora de su programa, el flechazo fue inmediato. Comenzaron su relación en 1956 y se casaron el 12 de marzo de 1958. Después tuvieron tres hijos. La estabilidad en su vida personal coincidió con su crecimiento profesional, lo que eventualmente permitió a la familia adquirir su primer departamento.
El productor Julio Moller le ofreció su primera oportunidad protagónica en 1957 con el ciclo infantil Joe Bazooka. Este programa, emitido los sábados al mediodía, se mantuvo al aire por tres años. Aunque el programa fue un éxito, Olmedo continuó ejerciendo su trabajo como técnico, compaginando sus responsabilidades detrás de cámaras a la par de su emergente carrera actoral.
El salto al cine también llegó rápido. El Negro hizo su debut cinematográfico interpretando un rol secundario en la película Gringalet, dirigida por Rubén W. Cavallotti y estrenada el 20 de agosto de 1959. Este fue el comienzo de una trayectoria prolífica en ambos medios, cine y televisión, donde dejó una marca indeleble.
A mediados de los años 60, El Capitán Piluso fue emitido durante un año en Canal 7 y luego trasladado a Canal 2 de La Plata en 1967, donde se mantuvo al aire por dos años adicionales. Este programa no solo consolidó la popularidad de Olmedo, sino que también lanzó su carrera a nuevas alturas, permitiéndole diversificar su participación en otros proyectos televisivos y cinematográficos.
A finales de marzo de 1964, se unió a Operación Ja-Já, un programa concebido por Gerardo y Hugo Sofovich y emitido en Canal 11. Este mismo día compartió pantalla con otros debutantes como Javier Portales y María Rosa Fugazot, quienes también se convirtieron en figuras prominentes del espectáculo argentino.
La carrera de Olmedo continuó creciendo, y su habilidad para encarnar distintos personajes y realizar monólogos cómicos lo convirtió en una figura central de la televisión argentina. Su versatilidad y carisma no solo le aseguraron el afecto de sus colegas, sino también el de miles de televidentes que aún hoy, el día que hubiera cumplido 91 años, recuerdan sus contribuciones al humor y la cultura.