Alemania quería transformar una ciudad. Ha convertido un monstruoso búnker nazi de la WWII en una montaña y centro cultural
La arquitectura desempeña un papel fundamental en las ciudades influyendo en múltiples capas de la sociedad. Un edificio puede copiar a una ciudad, dar identidad y cultura, mejorar la vida de sus habitantes, impulsar la economía y desarrollo a un enclave, e incluso recordar las mayores atrocidades del ser humano para no repetirlas. Todo eso y un poco más lo han conseguido en la ciudad de Hamburgo.
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El búnker de St. Pauli. Conocido originalmente como Flakturm IV, sus paredes se levantaron durante la Segunda Guerra Mundial (en 1942) como un refugio antiaéreo para proteger a la población civil de los bombardeos aliados. La arquitectura original ya era un imponente edificio de hormigón armado, uno con capacidad para albergar a 18.000 personas, que también servía como una fortaleza militar equipada con armas antiaéreas.
Sin embargo, tras la guerra, el búnker quedó abandonado durante décadas, como en tantas obras arquitectónicas de la época nazi que se construyeron por y para su régimen, se veían como un vestigio del pasado al que nadie quería acercarse. De hecho, los aliados planearon volarlo como parte de un plan de desnazificación más amplio, pero debido a su estructura y ubicación central, se consideró que no era seguro hacerlo.
Cambio de aires. El tiempo fue cambiando la perspectiva de este y otros espacios similares e incluso se revitalizó en los años de posguerra. El búnker se encontraba en un barrio joven de Hamburgo y la administración decidió darle una segunda vida convirtiéndolo en un espacio cultural donde albergar estudios de música, oficinas e incluso un club nocturno.
Una adaptación moderna, al igual que ocurrió en la ciudad de Berlín, que refleja la resiliencia y la capacidad de reinvención, en este caso en Hamburgo, la misma que ahora le ha dado una vuelta de tuerca a una arquitectura realmente fascinante.
Una montaña de cultura. El monumento ha sufrido una ambiciosa ampliación y renovación para convertirlo en un centro cultural con un moderno hotel y restaurante repleto de vegetación, así como en un gran parque junto a lo que han denominado como "sendero de montaña".
Se han levantado una serie de paredes exteriores del búnker (que, según cuentan, pesa aproximadamente lo mismo que 60 Airbus A380) sostenidas por 16 pilares gigantes de acero. En total, se añaden cinco pisos nuevos, aumentando la altura del búnker desde los 35 hasta los 58 metros para albergar el hotel, restaurantes, una cafetería y varios espacios sociales. Una obra a cargo de Matzen Immobilien KG con un presupuesto de aproximadamente 100 millones de euros.
Centro de memoria histórica. Como decíamos al inicio, la idea no es que se olvide por completo el origen del edificio. Al contrario, el recinto histórico cuenta por primera vez con un centro de información y memoria, “en el antiguo centro de control y en otros lugares del edificio existente, una iniciativa para recordar a las víctimas del régimen nazi y de la Segunda Guerra Mundial".
Según un comunicado de prensa de la administración, “el espacio público de ocio combina una serie de aspectos ecológicos, culturales e históricos". Además del espectacular jardín urbano, hay espacios para la cultura del barrio, zonas de exposiciones, instalaciones de jardinería urbana, alojamiento para becarios y artistas, un moderno pabellón de tres campos para deportes escolares y eventos culturales, junto al hotel.
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Ecología en una obra nazi. Además, en el búnker se han plantado alrededor de 23.000 árboles y plantas, creando un parque en la azotea de una hectárea al que los visitantes pueden acceder de forma gratuita. Para ello, han levantado un total de 335 escalones por los que se debe subir a través de un camino serpenteante, el "camino de montaña", de 560 metros que rodea el exterior. De fondo, el skyline de la ciudad para que los visitantes disfruten del paseo y las vistas de la urbe (también hay un ascensor para aquellos que no pueden/quieren subir).
Por último, entre la vegetación se han plantado árboles frutales, arbustos, pinos, arces, hiedras y rosales. Las más grandes se han anclado para protegerlas de las ráfagas de viento y cuentan que un equipo de paisajistas con trepadoras industriales que se encargará de su mantenimiento. Incluso se ha instalado un sistema de riego y drenaje con control de temperatura que gestiona el flujo de agua de lluvia. Una obra fascinante que, sin renunciar a su oscuro pasado, ha revitalizado una ciudad.
Imagen | Frank Schulze Kommunikation
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