Andrea Álvarez, la gran baterista argentina: ser rockera en los ‘80, la asignatura pendiente con Cerati y el disco que nació de la muerte
“Yo no sé cuándo descubrí que quería tocar la batería. Creo que lo elegí medio random, porque desde muy chiquita me gustaron las mujeres poderosas. La Mujer Maravilla, Nadia Comaneci, Calamity Jane. Creo que si hoy fuera joven andaría en moto y jugaría al fútbol. Pero en ese momento no se usaba”. Andrea Álvarez termina la frase y lanza una de las tantas carcajadas con la que remata los conceptos. Habla de su sentido del humor claro, y también de una mirada irónica que funciona como escudo y espada para los tiempos que corren.
Con un pasado ilustre —Soda Stereo, Charly García, David Lebón, Divididos, Natalia Oreiro, entre tantos— que siempre la enorgullece y a veces la fastidia, la baterista acaba de editar su quinto álbum solista. La cadena del mal es una pintura de época urgente y testimonial, pero también un reflejo del camino que viene transitando hace más de 40 años. Un disco esencialmente rockero, y el reflejo de una artista personalísima, que lidera y se apoya en una banda madura y consolidada hace 15 años, que conforman el bajista y también marido, Loonie Hillyer, y el guitarrista, Tomás Brugues.
Andrea recibe a Teleshow en su casa del barrio porteño de Almagro, que también funciona como un museo espontáneo y en tiempo real de su universo musical. Las paredes reflejan el reconocimiento como ciudadana ilustre de Almirante Brown, las fotos con Gustavo Cerati, las tapas de sus discos solistas, acreditaciones, palillos y una nutrida biblioteca despunta títulos de rock. Mientras le da vida en forma de anécdotas a algunas de estas viñetas, desarma la batería de la sala donde da clases para componer, junto al fotógrafo, la toma más lograda. Y se impone la metáfora de la mujer orquesta, que tuvo que arreglárselas sola para hacer su propio camino y que para eso eligió no callarse nada. Una elección artística que define su nuevo trabajo, que va a presentar el 4 de octubre en The Roxy Live.
El disco fue un proceso largo, mutante, con un concepto claro que terminó de cerrar durante la mezcla en la segunda mitad de 2023. Andrea habla de una atmósfera pesada, de un clima electoral del que le costaba abstraerse, que penetraba la acústica de la sala y se colaba en las canciones. “Para componer me inspiro en las cosas que me molestan, que detesto, y que son muchas”, explica la baterista. “En este caso se resumen con La cadena del mal que son los abusos desde cualquier poder; es la policía de la corrección que te señala, o sos vos que señalás; es el que te ignora sabiendo que te perjudica”. Con una tapa que supone un despacho presidencial, captada por la lente de Nora Lezano, la idea terminó de cobrar forma. “Decidí que nosotros fuéramos el mal, algo como Los Locos Addams, porque de lo dramático se sale siempre una risa. Y esto es más gracioso que nunca, si no fuera tan dramático”, ironiza, claro, con otra de sus carcajadas.
Al poner play, suena el riff de “Rock and roll” de Led Zeppelin, una de las frases de batería más representativas de la historia. Y sobre esa figura icónica, Álvarez propone como un contraataque. “Se lo digo a todos esos personajes que nos quieren dominar, que nos quieren matar las cosas que nos gustan, los lugares que más queremos. Ellos son la muerte del rock”, sentencia, reformulando una idea sobre la que da vueltas hace un tiempo.
—No te tiene muy preocupada la tan mentada muerte del rock.
—Para nada. Lo que realmente me preocupa es la muerte de las personas que yo quiero, porque a nivel música está todo hecho. Hay un montón de música que podemos escuchar y que nadie escuchó. No podemos ser tan egocéntricos de pensar que el mundo nos necesita a nosotros para escuchar buena música.
—Lo que sí llama la atención es que te refieras a tu muerte, tu epitafio, tu propio funeral.
—Pienso mucho en eso desde que murieron mis viejos antes de la pandemia. Es raro, porque ellos tenían Alzheimer y, en un punto, fue un alivio porque todo lo que vivimos con mi hermano era una desgracia. Pero después, cuando quise arrancar el disco, me di cuenta que era muy consciente del tema de la muerte; lo vi en muchos amigos de la música, del barrio, referentes, personas con las cuales hablás seguido y de repente no están más. Y el mundo sigue como si nada.
—Ahí cantás: “No me definas. Yo sé quién fui y, sobre todo, quién fuiste vos para mí”
—Me molesta mucho que cuando se muere un artista hay como una sobreactuación para ponerlo de referente y lo definen de una manera que por ahí no le hubiera gustado. De hecho, también a mí me definen bastante, más como una necesidad del otro que de lo que soy yo. A mí me da risa cuando me subestiman tanto. “¿Y esta quién es? ¡Si no fuera por Cerati andá a saber dónde estaría!”. Yo lo registro, pero no afecta mi autoestima. Una de las cosas de las que estoy agradecida es que puedo leer barbaridades sin que me afecte, porque a veces veo la sobreactuación que otros hacen de los haters y no puedo creerlo.
—Hablando de las redes, no te callás nada y exponés tus opiniones con un estilo muy directo. ¿En qué momento apareció la Andrea Álvarez tuitera?
—Surgió en la época en la que Mauricio Macri ganó la presidencia, y porque no estaba tocando mucho. Si tocara más seguido no lo haría porque necesito expresarme y uso los canales que tengo. Igual tengo un problema y es que no registro que lo lee mucha gente, lo hago más que nada para sacármelo de encima. A veces mi hijo me dice que afloje, pero me río sola cuando le contesto a (Javier) Milei, no me doy cuenta de que puede tener una trascendencia. Y creo que últimamente se nota más porque nadie está diciendo nada, y esto ya no lo planteo como artista, sino como ciudadana. ¿No te salen ganas de salir a gritar que está todo mal? No puedo creer ese silencio porque estamos en el peor momento. Nadie se puede comprar un par de palillos y ves chabones que tiran espuma en el escenario. Es raro todo lo que pasa.
—¿Te afecta en tu carrera decir estas cosas?
—Lo que me afecta es no pertenecer a ningún ghetto ni a ningún kiosko. Lo que veo es que hace tiempo, hay muchísimos espacios supuestamente inclusivos y que parecía que estaba todo bien, y no era tan así. Me molesta mucho cuando veo el doble mensaje y la sobreactuación del “nosotros somos buenos y ellos son los malos” que nos trajo hasta acá. Porque ahí es cuando ves que el sistema te absorbió y se fue todo al carajo.
—Al mismo tiempo, como docente desarrollaste un vínculo muy interesante con tus alumnos más chicos. Recuerdo que se hizo viral el caso de Franco, que tenía 5 años.
—A partir de Franco descubrí que tenía una conexión particular con los chicos. Está buenísimo escuchar música con ellos, aprendo un montón y les enseño a encarar la batería desde un lugar más simple, porque con el tiempo me fui dando cuenta de que las cosas no son tan complicadas.
La frase abre la puerta a su pasado y se remonta a sus comienzos, cuando el rock and roll aterrizó en Burzaco bajo la forma de una nave espacial, como en tantas otras partes del mundo. La Andrea niña tocaba música desde los cinco años, y en la rockola de su casa lo que más sonaba era clásico, tango, bossa, María Elena Walsh y Joan Manuel Serrat. El puente fue su padre que le presentó a Los Beatles: le regaló Revolver y la llevó al cine a ver Déjalo Ser y Submarino Amarillo, así en castellano, como se usaba por entonces.
Apoyada en esta base, y con la pequeña ayuda de su hermano y sus amigos, Andrea empezó a armar la banda de sonido de su vida. Los descubrimientos adolescentes. Arco Iris, Pedro y Pablo, Sui Generis, y una curiosidad que se despertó y ya no tuvo límites. De rarezas como Frank Zappa y Miles Davis, a toda la onda progresiva, con Yes y Emerson Lake Palmer a la cabeza. De ese sonido de trío visceral, de Jimi Hendrix y Pappo’s Blues que la acompaña hasta hoy, a la fascinación por MIA, la cofradía de músicos independientes capitaneados por Donvi Vitale y Esther Soto, donde ya brillaban con luz propia sus hijos, Lito y Liliana.
La piba de Burzaco escribió una carta diciendo cuánto le gustaba el grupo y la envió a la revista Expreso Imaginario, casi como una botella al mar. Al poco tiempo, se encontró con Lito y le contó en persona todo lo que decía en la carta y empezó a frecuentar la casa de los Vitale en Villa Adelina, donde se forjó el rock independiente. Logró que convencieran a su padre para que le dejara tocar la batería, más como un empoderamiento que por una vocación. El objetivo estaba en otro lado y cada vez más cerca.
Andrea formó parte del rock nacional, post guerra de Malvinas y en plena primavera alfonsinista. Sus parches sonaron en Rouge, el primer grupo formado solo por chicas y antecedente del fenómeno Viuda e Hijas de Roque Enrol, en un clima de época liberador: “Yo viví toda mi adolescencia en dictadura, y el miedo a la política me llevó a poner toda la pasión en la música”, reflexiona a la distancia.
—¿Fue difícil tener una banda de rock en esa época?
—¡Es que no sé qué era ser otra cosa! Sabíamos que éramos distintas, por algo nos encontramos con María Gabriela Epumer y Claudia Sinesi y nos hicimos inseparables. Estábamos todo el día pensando en ropa, música y chicos, como la biografía de Viv Albertine. Nos juntábamos con el Mono Fontana, Pedro Aznar y los que tocaban bien, estábamos rodeadas de músicos que nos cuidaban y estaba Celeste Carballo que era un poquito más grande que nosotras. Después las Viudas me contaban que algunos tenían dudas de que ellas realmente pudieran tocar, pero eso formaba parte de nuestro folklore.
—Las chicas para los coros, nada de tocar y menos la batería.
—Sí, pero nosotros queríamos ser músicas. Yo no registraba eso y no lo padecí hasta que fui más grande y me fui de gira con Charly por primera vez. Cuando se discutió la plata y se dijo la famosa frase “los músicos cobran tanto y las chicas cobran tanto”, yo me paré y me bajaron sabés cómo… Me volví llorando a mi casa, sin saber qué hacer con ese dolor tan fuerte de la discriminación que se siente en el estómago.
—Entre Rouge y Charly viviste en Nueva York, en mediados de los ‘80, con toda la data musical y cultural que había ahí
—Eso fue un antes y un después para mí. Me fui con 23, volví con 27 y conocí al que hoy es mi marido, que entonces éramos amigos y vivía a tres cuadras. Había ido un mes de vacaciones, pero fue como que se me abrió un mundo en colores y decidí quedarme. Me dejó una impronta hasta hoy. Todavía vivía Andy Warhol, Basquiat, el CBGB, todo eso pasaba ahí y no me importaba más nada. Había conseguido trabajo de babysitter y, en un momento, tuve que decidir si iba a querer ser una babysitter argentina o hacer música. Y entonces me volví.
—El otro gran hit ochentoso es tu participación en Soda Stereo. Hoy dijiste al pasar esto de las etiquetas y en tu casa veo a Cerati presente. En fotos, en discos, en libros, porque obviamente es parte de tu vida. ¿Te molesta ser Andrea Álvarez, la expercusionista de Soda Stereo?
—No me molesta, porque realmente soy eso y porque es un logro y un honor. Pero también lo usan para descalificarme y es muy loco lo que pasa. Porque hay músicos que estuvieron muchos más años que yo en Soda Stereo, pero la gente me recuerda a mí. Y cuando se hacen eventos, o publicaciones especiales, me ningunean bastante. Pero sin dudas es algo que define en mi carrera y obviamente cobró otra dimensión porque no va a existir nunca más.
—Pienso en esa chica discriminada que se volvía a la casa con un nudo en el estómago y la comparto con la que se cruza a Cerati y le dice, palabras más palabras menos: “A tu banda mega exitosa le hace falta una chica como yo”.
—Lo que pasa es que ya los conocía, éramos generacionalmente cercanos y nos veíamos en cuerpo presente en los lugares y no en las redes sociales y lo tomé como algo natural. En realidad, lo psicopateé, porque siempre me costó pedir las cosas. A mí me hubiera gustado ser la baterista de Cerati solista, pero me costaba mucho ir a pedírselo. Sabía que había muchos que querían tener ese puesto y me parecía en un punto que me lo tenían que pedir.
Fotos/Nicolás Stulberg.