Cultivar algas en el mar es uno de los planes de la geoingenieria para librarnos del cambio climático. Quizá no sea buena idea
Las algas se han convertido en una de las puntas de lanza de la geoingeniería. Estas plantas acuáticas son, de forma natural, uno de los pulmones del planeta: al realizar la fotosíntesis absorben CO2 de su entorno y nos devuelven oxígeno que podemos respirar. Entonces, a más algas, mejor para el planeta, ¿no?
Pues depende. El potencial de algunos proyectos de geoingeniería quizás sea menor del que creíamos en un primer instante, al menos es lo que consideran algunos expertos más críticos con estas medidas.
Una de las últimas polémicas ha tenido como protagonista a la siembra de algas. Estos proyectos guardan cierto paralelismo con los de fertilización de aguas oceánicas pero representan una categoría aparte. Esta técnica se basa en el desarrollo de cultivos de estas plantas para su posterior vertido en el mar.
Para entender la idea quizás convenga explicar el ciclo marítimo del carbono. Este ciclo comienza con la fotosíntesis realizada por diversos organismos marinos como las propias algas. Estos organismos utilizan el carbono para sus funciones vitales, entre ellas crecer, de forma que van acumulando carbono.
Este carbono entra en la pirámide trófica, puede ser consumido por animales y después exhalado de nuevo a la atmósfera, pero también puede acabar en el lecho oceánico, por ejemplo a través del fenómeno conocido como nieve marina. El aumento en la biomasa y la sedimentación en el lecho marino son por tanto dos potenciales sumideros de carbono a tener en cuenta al medir la evolución en las concentraciones de CO2 en la atmósfera.
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La idea detrás de los proyectos de cría de algas es un poco distinto: tras hacer que estas algas crezcan alimentándose del carbono ambiental las plantas se vierten al mar, no para que sigan creciendo sino para hundirse directamente en las profundidades y convertirse en sí mismas en un sumidero de carbono.
No todos los científicos están de acuerdo en que esto es una buena idea. En un artículo reciente en la revista One Earth, un grupo internacional de investigadores hacía un llamamiento a establecer una moratoria sobre esta práctica. El grupo defendía que esta práctica “no es una respuesta ecológica, económica o ética a la mitigación de cambio climático a través del ‘secuestro’ de carbono”.
El grupo indicaba que la técnica resulta una distracción con respecto a técnicas más adecuadas y ponía de relieve la falta de saber científico
¿Qué podría pasar? Algunos motivos por los que ser escéptico son intuitivos: por ejemplo, puede ser costoso hacer que las algas se hundan debido a su escasa densidad natural. Otro ejemplo está en los posibles impactos ecológicos que pueda generar la multiplicación de una especie en un entorno concreto, pudiendo alterar el equilibrio ecológico en la región.
Algunos peros
Existen más cuestiones a tener en cuenta. En un artículo en la revista Science, Warren Cornwall abordaba algunas. Debemos considerar, por ejemplo, que las algas, a diferencia de las plantas terrestres, las algas no absorben directamente el CO2 de la atmósfera, sino que se nutren del dióxido de carbono del agua.
Al absorber las plantas acuáticas el gas pueden pasar dos cosas: una, que el agua “decarbonizada” se quede en la superficie y vaya absorbiendo carbono de la atmósfera, o que esta se hunda, perdiendo el contacto con la atmósfera, lo que implicaría que el carbono atmosférico se quedara en su lugar.
Las algas también pueden tener “pérdidas de carbono” que debemos tener en cuenta. Algunas algas serán consumidas por animales acuáticos, otras se romperán o descompondrán, devolviendo el carbono al ciclo oceánico.
Finalmente, también conviene recordar que los propuestos “vertederos” de algas, también son ecosistemas en sí mismos y resulta imposible saber cómo reaccionarían ante el repentino vertido de materia orgánica.
Todos estos factores no implican en sí mismos la invalidez de la técnica, pero pueden hacerla ineficiente. Pero no tenerlos en cuenta puede llevar a los expertos a tomar decisiones equivocadas, inclinándose por opciones que no son del todo eficaces o, al menos, que no son las más eficientes.
Existen alternativas. Por ejemplo enterrar estas algas en tierra. Es lo que proponen algunos proyectos, como el de Brilliant Planet, que plantea cultivar y enterrar estas algas en áreas desérticas. Esto evitaría algunos de los problemas indicados anteriormente, aunque no todos.
Imagen | Lachlan Ross
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